Esperando,
desde que desapareciste, todo se ha convertido en una continua espera...
Una
espera a una señal,
una señal de que puedo volver a salir a la calle
y levantar
la mirada, y mirar al cielo
y atreverme a prometerle la nada.
Atreverme
a gritar tu nombre
y que se lo lleve el viento,
chocando entre todas las hojas
de todas las plantas,
llevándose detrás nuestras imprentas de todas las baldas
de todas las casas y suelos que nos han probado.
Que nos han probado y que nos han soportado,
a nosotros y a nuestros zumbidos,
aquellos que nos erizaban incluso los oídos.
Que el
viento arranque tu nombre de mi boca,
que lo arrastre y que parezca que poco me
importa.
Que se lo lleve consigo, sin acariciarlo, sin besarlo,
que no haga con
él nada que yo todavía haría contigo.
Que lo abandone muy lejos, allá donde
nunca pueda llegar,
allá donde no se puedan recitar mis versos.
Y que
se deshaga, que se desintegre…
que quede destrozado en mil pedazos.
No
quiero poder volver a reconstruirlo.
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